Te levantas por la mañana y lo sabes, hoy es el día. Tu amiga Carol ya te está esperando en la tienda de aquel señor extraño que conociste en la Feria de Ciencias Oscuras. Vuelves a preguntarte qué narices son la Ciencias Oscuras.
Entras en la tienda y es menos tugurio de lo que esperabas. Las paredes son negras, pero la cantidad ingente de velas encendidas consiguen dar una luz bastante placentera al lugar. Vladimir te da la bienvenida, pero tiene un acento de Mérida que no se lo quita nadie. Sueltas una risita mirando a Carol, pero no le das mayor importancia. Vladimir el extremeño te empieza a enseñar toda clase de objetos y artilugios, pero tú tienes claro lo que quieres y se lo haces saber. Te lo llevas empaquetado con un envoltorio sin ningún tipo de rotulación, como si fuera el juguete que te compraste el mes pasado. Este es otro tipo de juguete.
Llegas a tu casa en compañía de Carol y vas directa a la mesa del comedor, desenvuelves el paquete, sacas el tablero y lo colocas con sumo cuidado sobre la madera, a la que ya le has quitado el mantel para que no te estorbe. Buscas las instrucciones, pero no las hay. De todas maneras, ya sabes como funciona. Compruebas el tablero, están todas las letras, el Sí y el No en su lugar. Todo correcto desde tus ojos novatos. Te sorprende no tener que usar el vaso de cristal que habías cogido de la cocina, así que lo apartas al otro lado de la mesa y colocas el puntero justo en el centro.
Carol te mira entusiasmada, con un brillo en los ojos. Enciendes el mechero y vas pasando la llama por cada una de las velas que te has encargado de repartir por la estancia. El brillo de tanta luz le da un toque peliculero a la escena. Piensas que este es el momento, así que te coges de las manos de Carol y, después de respirar profundamente, hablas en alto:
— ¿Hay alguien ahí?
El puntero permanece sin moverse. Vuelves a repetir la pregunta. Nada. Miras a Carol y se encoge de hombros. De repente tu mano derecha, la que tienes situada sobre el puntero, se mueve rápidamente para situarse sobre el Sí. Levantas tu mirada hacia Carol, piensas que ha tenido que ser ella. Sus ojos reflejan puro pánico.
Sigues mirándola, cada vez la ves más lejos. La imagen de Carol se encuadra sobre un fondo negro que cada vez se hace más grande, al mismo tiempo que la imagen de Carol se empequeñece. Observas, sin poder sentirlo, como tus manos se posan sobre el cuello de tu amiga. Ves como tus manos cada vez aprientan más, como su cara se va amoratando a la vez que su cuello se va comprimiendo. Intentas aflojar. Tus manos no te responden. No sientes tus pies. No sientes tus ojos. No sientes tus manos.
Los ojos de tu amiga se quedan en blanco. Tus manos aflojan. Metes tu mano derecha en la boca sin aliento de Carol. Observas como tus dedos se cierran sobre su lengua y de un tirón la sacas fuera de su boca.
En ese momento el fondo negro lo cubre absolutamente todo. Ya no ves a Carol. Ya no ves tus manos. Ya no ves su lengua flácida. Una voz grave resuena dentro de ti.
— El espectáculo se ha terminado. Tu cuerpo es mío.


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